LLUVIA, LLUVIA, VETE LEJOS
—Ahí está otra vez —decía Lillian Wright, colocando las celosías de la manera más conveniente para mirar—. Ahí está, George. —¿Quién está ahí? —preguntó el marido, intentando conseguir el contraste adecuado en el televisor, para poder contemplar a gusto el partido de béisbol. —La señora Sakkaro —respondió la mujer, y luego, para evitar el inevitable: «¿Quién es la señora Sakkaro?», añadió precipitadamente—: Son los nuevos vecinos, ¡por amor de Dios! —¡Ah! —Tomando un baño de sol. Siempre tomando baños de sol. Me pregunto dónde estará su chico. Suele estar fuera de casa, en un día bueno como éste, allí en aquel patio tan grande que tienen, tirando la pelota contra las paredes de la casa. ¿No le has visto nunca, George? —Le he oído. Es una variante del tormento chino del agua. ¡Bang! contra la pared, ¡biff! en el suelo, ¡plaff! en la mano. Bang, biff, plaff, bang, bilf, plaff... —Es un muchacho agradable, tranquilo y bien educado. Ojalá Tommie trabara amistad con él. Además, tiene la edad conveniente; unos diez años, diría yo. —No sabía que Tommie tuviera dificultad en ganarse amigos. —Pues con los Sakkaro es difícil hacer amistad. ¡Viven tan retraídos! Ni siquiera sé a qué se dedica el señor Sakkaro. —¿Para qué has de saberlo? A nadie le importa un pepino lo que haga ese hombre. —Es raro que nunca le vea salir a trabajar. —A mí nadie me ve salir yendo al trabajo. —Tú te quedas en casa y escribes. ¿Y él? ¿Qué hace? —Me atrevería a decir que la señora Sakkaro sabe qué hace el señor Sakkaro, y que está muy consternada porque no sabe qué hago yo. —¡Oh, George! —Lillian se apartó de la ventana y dirigió una mirada de disgusto a la televisión (Schoendienst estaba en el puesto de bateador). Creo que deberíamos hacer un esfuerzo; sí, los vecinos deberíamos hacerlo. —¿Qué clase de esfuerzo? —Ahora George estaba cómodamente sentado en el canapé, con una «Coca Cola» de las grandes en la mano, recién abierta y con el líquido casi convertido en escarcha. —El de conocerlos bien. —Oye, ¿no la conociste cuando se trasladaron aquí? Me dijiste que fuiste a visitarla. —Sí, le dije: «Hola»; pero ella se metió dentro, y como todavía tenían la casa en desorden, no podía pasar de eso, de decirle «Hola». Pero hace ya más de dos meses que están, y todavía no hemos pasado de un «hola» de vez en cuando... ¡Es tan rara! —¿De veras? —Siempre está mirando al cielo. La he visto en esa actitud un centenar de veces, y basta que haya la menor nube en el firmamento para que no salga. Un día que el chico estaba fuera, jugando, le gritó que entrase, diciendo que iba a llover. Yo la oí y pensé: «¡Santo Dios! ¿Quién lo diría? Y yo que tengo la ropa tendida...» De modo que salí corriendo y, ¿sabes?, hacía un sol deslumbrante. Ah, sí, había unas nubecillas; pero nada, en realidad. —¿Llovió más tarde? —Claro que no. Había salido corriendo al patio por nada. George se había perdido entre dos blancos en la base y un fallo de los más enojosos, que provocaría una carrera. Calmados los ánimos y habiendo recobrado la compostura el lanzador de la pelota, George le gritó a Lillian, que estaba desapareciendo dentro de la cocina: —Bueno, como son de Arizona, me atrevería a decir que no distinguen las nubes que traen lluvia de las que no. Lillian regresó a la sala con un repicar de tacones altos. —¿De dónde? —De Arizona, dice Tommie. —¿Y cómo lo sabe Tommie? —Habló con aquel muchacho, entre manotazo y manotazo a la pelota, me figuro, y el chico le dijo que habían venido de Arizona; pero en aquel momento lo llamaron para que entrase en casa. Al menos Tommie dice que era Arizona... o quizá Alabáma, o algo que suena por el estilo. Ya conoces a Tommie y su falta absoluta de memoria. Pero si están tan preocupados por el tiempo, me figuro que procederán de Arizona y no saben gozar de un buen clima lluvioso como el nuestro. —¿Cómo no me lo dijiste? —Porque Tommie me lo ha dicho esta mañana, precisamente, y porque he pensado que te lo habría contado también a ti, y a decir verdad, porque pensaba que serías capaz de llevar una existencia normal incluso en el caso de que no te enterases nunca, Puaf... La pelota había salido volando hacia la parte indicada del campo para que el lanzador pudiera dar por terminada su actuación. Lillian regresó junto a sus celosías y dijo: —Sencillamente, he de intentar conocerla. Parece muy simpática... ¡Oh, mira eso, George! George no miraba otra cosa que el televisor. —Sé que está absorta mirando aquella nube —añadió Lillian—. Y ahora se meterá dentro de casa. Seguro. Dos días después, George fue a la biblioteca en busca de datos, y volvió a casa con un cargamento de libros. Lillian le saludó radiante de satisfacción. —Bueno. Mañana no harás nada —exclamó. —Eso parece una aseveración, no una pregunta. —Es una aseveración. Saldremos con los Sakkaro; Iremos al parque Murphy. —Con... —Con nuestros vecinos, George. ¿Cómo es posible que no recuerdes nunca su nombre? —Soy un superdotado. ¿Y cómo ha sido? —Simplemente, esta mañana he ido a su casa y he tocado el timbre. —¿Tan fácilmente? —No ha sido fácil. Ha sido duro. Allí me tenías, temblando de puro nerviosismo, con el dedo apoyado en el timbre; hasta que se me ha ocurrido pensar que era más cómodo tocar el timbre que esperar a que abriesen la puerta y me sorprendieran plantada allí, como una tonta. —¿Y no te ha echado a puntapiés? —No. Ha sido muy afectuosa. Me ha invitado a entrar, me ha reconocido en seguida y me ha dicho que estaba muy contenta de que hubiera ido a visitarla. Ya sabes. —Y tú le has propuesto que fuésemos al parque Murphy. —Sí. He pensado que si proponía algo que pudiera significar una diversión para los niños, le seria más fácil aceptar. No querría perder una buena oportunidad para su chico. —Psicología maternal. —Pero deberías ver su casa. —¡Ah! La visita tenía un objetivo. Ahí está. Querías realizar una exploración completa. Pero, por favor, ahórrame los pequeños detalles. No me interesan los cubrecamas, y puedo pasarme lo mismo sin saber las dimensiones de los armarios. El secreto de la felicidad de aquel matrimonio estaba en que Lillian no le hacía el menor caso a George. En consecuencia, se metió en pequeños detalles, describió meticulosamente los cubrecamas, y le dio noticia detalladísima de las dimensiones de los armarios. —¡Y limpio...! No había visto jamás una vivienda tan inmaculada. —Entonces, si tienes mucho trato con ella, te marcará unas normas imposibles y, en defensa propia, tendrás que renunciar a su amistad. —Tiene una cocina —continuó Lillian, ignorándole por completo— tan relucientemente limpia que no parece posible que la utilice nunca. Le he pedido un vaso de agua, y lo ha sostenido bajo el grifo con tal perfección que no se ha derramado ni una gota sobre el fregadero. Y no era afectación. Lo ha hecho con tal naturalidad que he comprendido que siempre lo hace así. Y cuando me ha dado el vaso, lo sostenía envuelto en una servilleta limpia. Con la asepsia de una clínica. —Debe de ser un tormento para sí misma. ¿Aceptó sin titubeos y al instante la invitación de salir con nosotros? —Pues... al instante no. Ha preguntado a su marido qué previsión había para el tiempo, y él le ha contestado que todos los periódicos decían que mañana haría buen tiempo, pero que aguardaba el último parte de la radio. —Todos los periódicos lo decían, ¿eh? —Naturalmente, todos publican el parte meteorológico oficial; de modo que todos coinciden. Pero creo que están suscritos a todos los periódicos. Al menos me he fijado en el paquete que deja el muchacho... —No se te pasan muchos detalles por alto, ¿verdad? —De todos modos —replicó Lillian con aire severo—, ha telefoneado a la Oficina Meteorológica y les ha pedido el último parte y se lo ha comunicado, a gritos, a su marido, y ambos han dicho que nos acompañarían, aunque advirtiendo que si se produjeran cambios inesperados en el tiempo, nos telefonearían. —Muy bien. Entonces, iremos. Los Sakkaro eran jóvenes y agradables, morenos y guapos. Mientras bajaban por el largo paseo desde su casa hacia donde aguardaba el coche de los Wright, George se inclinó hacia su esposa y le susurró al oído: —De modo que el motivo de tanto interés es él. —Ojalá lo fuera —replicó Lillian—. ¿No es un bolso aquello que lleva? —Una radio de bolsillo. Para escuchar los partes meteorológicos, apuesto. El hijo de los Sakkaro venía corriendo tras ellos, blandiendo un objeto que resultó ser un barómetro aneroide, y los tres subieron al asiento trasero. La conversación se puso en marcha y duró, con un limpio peloteo sobre cuestiones impersonales, hasta el parque Murphy. El muchacho se mostraba tan cortés y razonable que hasta Tommie Wright, incrustado entre sus progenitores en el asiento delantero, se sintió arrastrado por el ejemplo a mantener una apariencia de civilización. Lillian no recordaba cuándo hubiera gozado de un paseo en coche tan serenamente agradable. Y no la inquietaba lo más mínimo el hecho de que, si bien apenas audible bajo el chorro continuo de la conversación, la radio del señor Sakkaro seguía abierta, aunque nunca le viese acercársela al oído. En el parque Murphy hacia un día delicioso; caliente y seco, pero sin un calor excesivo, y animado por un sol resplandeciente en un cielo azul, muy azul. Ni siquiera el señor Sakkaro, a pesar de estar inspeccionando continuamente todos los rincones del firmamento con mirada atenta y fijar luego un ojo penetrante en el barómetro, parecía encontrar motivo de queja. Lillian acompañó a los dos muchachos a la sección de diversiones y compró los billetes suficientes para que ambos pudieran gozar de todas y cada una de las emociones centrífugas que el parque ofrecía. —Por favor —le dijo a la señora Sakkaro, que no quería permitirlo—, deje que esta vez invite yo. Le prometo que la próxima dejaré que invite usted. Cuando regresó, George estaba solo. —¿Dónde...? —preguntaba ella. —Allá abajo, en el puesto de los refrescos. Les he dicho que te esperaría aquí y nos reuniríamos con ellos. —Él parecía sombrío. —¿Pasa algo? —No, en realidad no; excepto que pienso que ese hombre debe de ser riquísimo. —¿Qué? —No sé cómo se gana la vida. He insinuado... —¿Quién es el curioso ahora? —Lo hice por ti. Me ha dicho que se dedica, simplemente, a estudiar la naturaleza humana. —¡Qué filosófico! Eso explicaría aquellos montones de periódicos. —Sí, pero teniendo a un hombre guapo y rico en la puerta de al lado, parece como si también a mí me marcaran unos modelos imposibles. —No seas tonto. —Ah, y no procede de Arizona. —¿No? —Le he dicho que había tenido noticia de que era de Arizona. Ha parecido tan sorprendido que se ha visto claramente que no es de allá. Después se ha puesto a reír y me ha preguntado si tiene el acento de Arizona. Lillian comentó pensativamente: —Sí, tiene un acento especial. En el suroeste hay muchísima gente que desciende de españoles, de modo que, en fin de cuentas, podría proceder de Arizona. Sakkaro podría ser un apellido español. —A mí me suena a japonés... Vamos, nos están haciendo señas. ¡Oh, buen Dios, mira lo que han comprado! Cada uno de los miembros de la familia Sakkaro tenía en las manos tres palos de algodón de azúcar, grandes volutas de espuma rosada consistente en hebras de azúcar obtenidas a partir de un jarabe como escarcha que habían batido en un recipiente caliente. Era una golosina de sabor dulce que se desvanecía en la boca y le dejaba a uno todo pegajoso. Los Sakkaro ofrecieron uno de aquellos bastones a cada uno de los Wright, y éstos, por pura cortesía, aceptaron. Luego probaron suerte con los dardos, en esa especie de póquer en que unas bolas han de rodar hacia unos hoyos, y en derribar cilindros de madera de encima de unos pedestales. Se retrataron, grabaron sus voces y probaron la fuerza de sus manos. Al cabo de un rato, recogieron a los chicos, que habían quedado reducidos a un gozoso estado de diarrea y de entrañas irritadas, y los Sakkaro acompañaron inmediatamente al suyo al puesto de los refrigerios. Tommie insinuó la posibilidad de prolongar sus placeres adquiriendo un «perro caliente», y George le dio un cuarto de dólar. Tommie salió corriendo en pos de los vecinos. —Francamente, prefiero quedarme aquí —dijo George—. Si les veo mordisquear otro palo de algodón de azúcar me pondré verde y me darán arcadas. Si no se han comido una docena cada uno, me la como yo. —Lo sé, y ahora están comprando un puñado para el chico. —He invitado al marido a despachar un par de hamburguesas mano a mano; pero él ha puesto mala cara y ha meneado la cabeza. Claro, una hamburguesa no es gran cosa; pero después de tanto algodón de azúcar habría de parecer un festín. —Lo sé. Yo le he ofrecido una naranjada a ella, y, por el salto que ha dado al decir que no, habrías pensado que se la había arrojado a la cara... Sin embargo, me figuro que no habían estado nunca en un lugar como éste y necesitan un tiempo para adaptarse a la novedad. Se hartarán de algodón de azúcar y luego se pasarán diez años sin probarlo. —Sí, es posible. —Y fueron a reunirse con los Sakkaro—. Mira, Lil, se está nublando. El señor Sakkaro sostenía el aparatito de radio junto al oído y miraba ansiosamente hacia el Oeste. —Oh, oh, lo ha visto —dijo George—. Te apuesto cincuenta contra uno a que querrá irse a casa. Los tres Sakkaro se le echaron encima, muy corteses, pero insistentes. Lo sentían en extremo, lo habían pasado maravillosamente, imponderablemente bien, y los Wright habrían de ser sus invitados tan pronto como pudieran arreglarlo; pero ahora, de veras, tenían que irse a casa. Se acercaba una tormenta. La señora Sakkaro gemía y lloriqueaba diciendo que todos los partes de la radio habían anunciado buen tiempo. George intentó consolarlos. —Es difícil predecir una tormenta local; pero, aún en el caso de que viniera, y es posible que no, no duraría más de media hora a lo sumo. Explicación que puso al menor de los Sakkaro a punto de derramar lágrimas, e hizo temblar visiblemente la mano de la señora Sakkaro, que sujetaba un pañuelo. —Volvamos a casa —concluyó George—, resignado. El viaje de regreso parecía prolongarse interminablemente. La conversación brillaba por su ausencia. Ahora la radio del señor Sakkaro bramaba con fuerza, mientras su dueño sintonizaba una emisora tras otra, dando cada vez con un parte meteorológico. En estos momentos todos hablaban de «aguaceros locales». El pequeño Sakkaro se quejó con un hilo de voz de que el barómetro estaba bajando, y la señora Sakkaro, con el mentón apoyado en la palma de la mano, contemplaba el cielo con mirada lúgubre y le pedía a George si podía hacer el favor de correr más. —No parece muy amenazador, ¿verdad que no? —comentaba Lillian en un cortés intento de identificarse con el estado de ánimo de su invitada. Aunque luego George le oyó murmurar entre dientes: —¿Qué te parece? Cuando entraron en la calle en que vivían, se había levantado un viento que empujaba el polvo formado en semanas de no llover, y las hojas susurraban con acento amenazador. Un relámpago cruzó el firmamento. —Amigos míos, dentro de un par de minutos estarán en casa —prometió George—. Lo conseguiremos. Paró ante la puerta de la verja que daba acceso al espacioso patio de los Sakkaro y saltó del coche para abrir la portezuela trasera. Creyó recibir una gota de lluvia. Llegaban justo a tiempo. Los Sakkaro bajaron precipitadamente, las caras estiradas por la tensión, murmurando unas frases de agradecimiento, y se lanzaron a la carrera hacia el largo paseo que llevaba a la puerta de la fachada. —¿Qué te parece? —empezó Lillian—. Uno diría que son de... Los cielos se abrieron y la lluvia descendió en forma de gotas gigantes, como si se hubiera reventado de pronto alguna presa celestial. Un centenar de palos de tambor repicaban sobre la capota del coche... Y a mitad de camino de la puerta de su casa, los Sakkaro se habían parado y levantaban la vista al cielo con aire desesperado. Bajo el azote de la lluvia, sus rostros se disolvían; se disolvieron y contrajeron y resbalaron hacia el suelo. Los tres cuerpos se reducían, desplomándose dentro de las ropas, que se deshincharon sobre el suelo, formando tres montoncitos mojados y pegajosos. Y mientras los Wright continuaban sentados en su coche, transfigurados de horror, Lillian fue incapaz de reprimirse y dejar de terminar el comentario iniciado: —... que son de azúcar y tienen miedo de disolverse. |
其他有趣的翻譯
- 太陽系的行星
- De la selva
- LLUVIA, LLUVIA, VETE LEJOS
- 西班牙斗牛(corrida de toro)
- 西班牙語書信
- 西班牙的風(fēng)俗習(xí)慣
- 西班牙介紹
- 西班牙風(fēng)貌
- 西班牙國旗解說
- 西班牙演員入侵好萊塢(西英)
- 西班牙家族傳統(tǒng)(西英)
- 西班牙文藝(西英雙語)
- 西班牙飲食(西英)
- 科技與發(fā)明(西英雙語)
- 巴塞羅那西英雙語介紹
- 偉大的人道主義者(西英雙語)
- 兒童與教育(西英雙語)
- 如何擁有健康的身體(西語)
- 《一千零一夜》連載一
- 《一千零一夜》連載二
- 《一千零一夜》連載三
- 《一千零一夜》連載四
- 《一千零一夜》連載五
- 《一千零一夜》連載六
- 《一千零一夜》連載七
- 《一千零一夜》連載八
網(wǎng)友關(guān)注
- 西班牙語場景會話:租房
- 生活西語:在機(jī)場
- 西班牙語面簽常見問題(三)
- 干杯的西語表達(dá)
- 應(yīng)急西班牙語3
- 二十句西班牙談情說愛的浪漫短信
- 一些簡單的常見的西班牙日常用語
- 西班牙語英語發(fā)音對照表
- 西班牙語戀愛、求婚、分手101句
- 西語分?jǐn)?shù)百分比和小數(shù)的表達(dá)方法
- 五十五句常見短信用西班牙語表達(dá)
- 西班牙語學(xué)習(xí)人際交往
- 西語109句
- 西語會話:基本
- 如何用西班牙語表達(dá)中國的八個節(jié)日
- 西班牙語重音和音節(jié)的劃分方法
- 西班牙語日常用語100句
- 人體部位西班牙語名稱
- 西語會話:基本句子結(jié)構(gòu)
- 西語會話:人際交往
- 生活西語:在市中心
- 西班牙面簽常見問題(一)
- 生活西語:在餐館
- Na Alfândega (在海關(guān))
- 西班牙語語音學(xué)習(xí)
- 西語會話:自然
- 西語歌曲:回到我身邊Regresa A Mi
- 生活西語:在酒店
- 阿根廷各種節(jié)日的西班牙語問候
- 西班牙語會話五
- 自行車部件西班牙語名稱
- 西班牙語常見衣物名稱
- 應(yīng)急西班牙語:結(jié)帳服務(wù)
- ¿Qué significa las expresiones escritas en negrita?
- 西班牙語學(xué)習(xí)
- 西班牙語繞口令
- 西班牙語常用經(jīng)濟(jì)縮略語
- 西班牙語常見水果總結(jié)
- 西班牙語字母
- 西班牙語基本句型
- 西班牙語發(fā)音的幾大注意事項
- 西語會話:綜合
- 西語會話:緊急情況
- 中國節(jié)日西語表達(dá)
- 西班牙語簡單的問候和介紹用語
- D,B,V, 發(fā)音規(guī)則
- 西班牙語中常用交通工具總結(jié)
- 西班牙語日常用語小結(jié)
- 西班牙語常用動物名稱總結(jié)
- Aeroporto 機(jī)場
- 西班牙語中基數(shù)詞表達(dá)方法大全
- 應(yīng)急西班牙語1-詢問價格、訂房
- 疑問代詞¿cuál?, ¿cuáles?的用法
- 常見顏色西班牙語名稱
- 西班牙語中序數(shù)詞表達(dá)方法大全
- 水果營養(yǎng)之王——番木瓜
- 胡安的歌"愛我吧"西漢對照
- 西語會話:旅游
- 與lengua有關(guān)的俚語
- 西班牙語中的動作
- 西語會話:地點(diǎn)
- 西語會話:飲食
- 生活西語:在海灘
- 西班牙語:四句求助致謝日常用語
- 幾則西班牙語諺語
- 西班牙語兩種回應(yīng)別人的呼叫的回答
- 常用西班牙短句
- 西班牙語中四季及相關(guān)詞語
- 西班牙語中與tener相關(guān)的短語
- 日常西班牙語一百句
- 西語會話:集體活動
- 西語會話:活動
- 西語探索頻道:冰川MP3
- 西班牙語中常見時間日期的表達(dá)方法
- 西班牙語天氣的表達(dá)法
- 西班牙語場景會話:常見打電話用語
- 西班牙語面簽常見問題(二)
- 西班牙語足球縮略語(全)
- 西班牙語愛的詞典
- 應(yīng)急西班牙語點(diǎn)菜
- 應(yīng)急西班牙語2
精品推薦
- 干洗加盟店10大品牌有哪些 干洗加盟店品牌排名大全
- 2022去看天安門升國旗的心情說說 升國旗激動的心情說說
- 茅臺酒回收價格表一覽2022 回收茅臺酒什么價格
- 廣州醫(yī)學(xué)院是一本還是二本 廣東醫(yī)科大學(xué)是幾本
- 2022關(guān)于中秋節(jié)的暖心寄語簡短 中秋節(jié)的暖心寄語短句最新
- 蘭州信息工程學(xué)院是幾本 蘭州信息科技學(xué)院是二本還是三本
- 湖北恩施學(xué)院是一本嗎 湖北恩施學(xué)院是二本還是三本
- 泰山科技大學(xué)泰山科技學(xué)院是幾本 山東泰山學(xué)院是一本還是二本
- 煙臺科技學(xué)院是幾本院校 煙臺科技學(xué)院是一本嗎
- 手撕面包店連鎖加盟有哪些 手撕面包加盟店10大品牌匯總
- 甘南州05月30日天氣:陣雨轉(zhuǎn)中雨,風(fēng)向:東北風(fēng),風(fēng)力:<3級,氣溫:18/7℃
- 冷湖05月30日天氣:小雨轉(zhuǎn)中雨,風(fēng)向:東風(fēng),風(fēng)力:<3級,氣溫:26/11℃
- 民豐縣05月30日天氣:陰,風(fēng)向:東北風(fēng),風(fēng)力:3-4級轉(zhuǎn)<3級,氣溫:26/14℃
- 察布查爾縣05月30日天氣:晴,風(fēng)向:無持續(xù)風(fēng)向,風(fēng)力:<3級,氣溫:28/13℃
- 大豐市05月30日天氣:陰,風(fēng)向:東北風(fēng),風(fēng)力:<3級,氣溫:23/19℃
- 柯坪縣05月30日天氣:陰,風(fēng)向:無持續(xù)風(fēng)向,風(fēng)力:<3級,氣溫:28/13℃
- 陽城縣05月30日天氣:多云,風(fēng)向:西南風(fēng),風(fēng)力:<3級,氣溫:24/16℃
- 西吉縣05月30日天氣:晴轉(zhuǎn)小雨,風(fēng)向:無持續(xù)風(fēng)向,風(fēng)力:<3級轉(zhuǎn)3-4級,氣溫:22/10℃
- 烏魯木齊市05月30日天氣:晴轉(zhuǎn)多云,風(fēng)向:無持續(xù)風(fēng)向,風(fēng)力:<3級,氣溫:20/10℃
- 貴南縣05月30日天氣:小雨轉(zhuǎn)中雨,風(fēng)向:東北風(fēng),風(fēng)力:<3級,氣溫:21/5℃
分類導(dǎo)航
熱門有趣的翻譯
- 中西雙語閱讀:蘇菲的世界(28)
- 西班牙語基礎(chǔ)教程 Leccion 5
- 西班牙語慶賀短信
- 西班牙語基礎(chǔ)教程 Leccion 6
- 西班牙語場景會話:租房
- 西班牙語專用語:愛情篇
- 現(xiàn)代西語第一冊 第八課
- 西班牙語情景對話03
- 商貿(mào)西班牙語口語(第3課)
- 西班牙語浪漫短信
- 生活西語:在餐館
- 西班牙語語法細(xì)講:被動句和無人稱句
- 西班牙語美文晨讀:阿蘭胡埃斯之戀
- 西語閱讀:世界各國的過年習(xí)俗—蘇格蘭
- 夏日冰品之千奇百怪的啤酒
- 西語生活口語:一個真誠的男人?
- 標(biāo)準(zhǔn)西班牙語語音入門 9
- 西語100句:他現(xiàn)在不在
- 常見昆蟲西班牙語名稱
- 雙語閱讀:九月,故事的開始
- 西語童話:Día de mudanza
- 應(yīng)急西班牙語:結(jié)帳服務(wù)
- 聯(lián)合國世界人權(quán)宣言(四)
- 雙語閱讀:天津小吃
- 小王子 簡介(中西對照)
- 西語聽力:虛擬女孩幫助反性侵組織辨認(rèn)兒童性侵罪犯